Rolando Araneda conoció a Baldur Agrippa en los años sesenta en el Pedagógico de Santiago. Se hicieron amigos y compartieron muchas jornadas de lucha anticomunista juntos. Cuando en 1974 Agrippa retorna por unos días a Santiago (en esos días Agrippa vivía auto-exiliado de Chile en España) se reúne con Rolando y le invita a formar parte de su núcleo de estudios de la filosofía bosquiana. Se trataba de un pequeño círculo de amigos de Agrippa a quienes éste enseñaba lo aprendido de Gabriel de la Frontera. El grupo se llamaba "El Ojo de Tauro" y lo componían no más de cinco o seis camaradas. A este grupo se unió Rolando, invitado por Agrippa, en marzo o abril de 1974. Fue Rolando quien me presentó a Agrippa, mi iniciador y maestro, en 1989. Pero jamás dejé de reconocer en Rolando a mi primer y fundamental maestro.
En 1986 Rolando fundó Kosmos. En ese grupo fue donde conocí a Hyranio Garbho, Helena Jiménez, Eduardo Castro, Joachim van Drakk, Angélica Cortés, Darío Vásquez, Jorge Irarrázabal (Jacques de Molay o Willigut como sería conocido más tarde) e Italo Goldmund, por nombrar sólo algunos, a quienes terminaron siendo iniciados por Rolando en Kosmos. Fue una época preciosa. Llena de magia y encanto. Fue entonces cuando supe el significado definitivo de tener un maestro verdadero. Nos reuníamos todos los días de la semana. En la mejor época llegamos a ser más de sesenta sólo en las sesiones de los días martes. Pero los iniciados éramos sólo doce. Y el nombre de Kosmos era aplicable únicamente a nosotros, los iniciados.
Las reuniones estaban cargadas de hermetismo, de magia, de solemnidad. Difícil era decir lo que sentíamos entonces. Yo me sentaba a la izquierda de Rolando siempre. Garbho se sentaba a la derecha. Rolando solía decir de Garbho que él era como Sileno, de donde se desprendía fácilmente el significado de esa expresión: si Garbho era Sileno y se sentaba siempre a su diestra, Rolando se autoconcebía como Dyonisios, el dios resucitado de los misterios báquicos, en quien vio siempre al verdadero iniciador esotérico (en clus) del mítico orfeo.
También estaba allí Sebastián Pino, a quien siempre concebí como una mala copia del maestro. Aunque Rolando lo tenía en su más alta estima, para mí era evidente que le faltaba.
Nos reuníamos todos los domingos. Rolando hacía la comida para todos y la servía también. Era un maestro en el absoluto sentido de la palabra. Las reuniones eran maratónicas, pues terminaban siempre pasada la medianoche (cabe decir que, por lo general, comenzaban alrededor de las nueve de la mañana). Pero nadie se quejaba; y todos, pese al cansancio, terminábamos las sesiones con voluntad de querer seguir prolongándolas.
En 1992 Kosmos cambió su nombre por el de Útero. Yo quise hacerme especialista en la cábala órfica, por lo que me convertí en discípulo de Baldur Agrippa. Y formamos un grupo de estudio nuevo, independiente de aquel otro donde yo aprendía desde hacía unos meses con don Miguel Serrano. En 1994 la enemistad con Sebastián Pino Muñoz, quien se había convertido en el líder de las comunidades bosquianas en Chile, hizo que con Agrippa y otros camaradas nos separáramos de la Orden y formáramos nuestro propio grupo de estudio. A consecuencia de ello también nos separámos de Útero y del grupo donde aprendíamos con don Miguel. A éste último volvería a verle en muchas otras ocasiones más. Pero a Rolando no le volvería a ver hasta el presente día.
Hacia mediados de 1995 ocurrió la disolución de Útero. Un grupo de estúpidos escindidos de la comunidad llenaron las calles de la zona sur de Santiago con grafitis y rayados donde podía leerse: "Dios no existe, Rolando sí". Eso hizo que Rolando buscara aun más el anonimato y cediera a Joachim van Drakk el liderazgo del grupo. Pero éste no duraría mucho tiempo más.
Lo último que supe del maestro fue por medio de un comentario de Hyranio Garbho, quien se encontró con él en 2001 o 2002. Retirado absolutamente del mundo en un ostracismo voluntario el maestro estaba absolutamente compenetrado en la meditación y la accesis operativa a los más sagrados misterios.