lunes, 26 de enero de 2004

Los Conspiradores (II)

EL CLAN ROCKEFELLER

El forjador de la saga, John Davison Rockefeller, nació en 1839 en Richford (New York), en el seno de una familia descendiente de inmigrantes judío-alemanes llegados a Estados Unidos en 1733.
Durante sus modestos inicios como contable de la firma Hewit and Tuttle, el joven John Davison emprendió la redacción de una especie de diario económico al que tituló "Libro Mayor A". Aquel curioso registro, que todavía se conserva actualmente, y las anotaciones contenidas en su libro autobiográfico "Random Reminiscences", ofrecen un esbozo magistral de su personalidad, en la que se combinaban, a partes iguales y en una suerte de simbiosis perfecta, la austera cicatería del buhonero y la ambición ilimitada del empresario predador.
En 1858 abandonó su primer empleo para asociarse con un negociante inglés llamado Maurice Clark, con quien fundó la compañía Clark and Rockefeller. A la habilidad para los negocios del joven Rockefeller vino a sumarse muy pronto un acontecimiento crucial: la guerra de Secesión. Tal suceso multiplicó los pedidos y el volumen comercial de la firma, aunque ése no fue más que el primer capítulo de su dilatada carrera empresarial. El segundo y más importante comenzaría el 10 de enero de 1870, cuando, después de una experiencia de varios años en el sector petrolífero, fundara ya en solitario la Standard Oil.
A partir de ese momento se inició una ascensión imparable que acabaría desembocando en el dominio prácticamente absoluto del trust Rockefeller en la industria del petróleo. Por el camino quedaron sus competidores y un largo rosario de artimañas, extorsiones, sobornos e irregularidades de toda índole. Nada, por otra parte, que no fuera la propia lógica del capitalismo llevada a sus naturales consecuencias. Desde entonces, la jaculatoria preferida del fundador de la dinastía sería"Dios bendiga a la Standard Oil", y la divisa de su imperio económico, perpetuada en el tiempo por sus descendientes, dice así: "Por el bien de la Humanidad".
Entre las prácticas habituales de la Standard Oil figuraban:
  • los sobornos a los empleados de otras compañías,
  • las coacciones a los clientes de sus competidores, amenazándoles para que cancelasen sus pedidos, y
  • la compra de parlamentarios, mediante la cual paralizó en numerosas ocasiones diversas proyectos legales tendentes a poner coto a sus desmanes.
A todo esto se añadiría la extraordinaria complejidad jurídica de su estructura, lo que, unido a la absoluta laxitud e inoperancia de las leyes federales antimonopolísticas, garantizaba a la Standard una amplia impunidad. Tanto es así que, desde su creación en 1870, la Standard pasó de una producción inicial equivalente al 4% del mercado petrolífero americano, al control en 1876 del 95% de dicho mercado. En el corto espacio de seis años la compañía de Rockefeller había laminado o absorbido prácticamente a todos sus competidores.
Con el transcurso del tiempo, el nivel de organización y eficacia del Trust se iría ampliando de acuerdo con las exigencias del capitalismo en expansión. /.... En 1923, Junior incorporó al trust familiar una nueva categoría de colaboradores: los asociados, una especie de consultores con rango oficial que en poco tiempo conformaron una amplia red de influencia cuyas ramificaciones abarcaban todos los sectores de la sociedad norteamericana. Además de velar por los intereses de la casa Rockefeller, uno de los más importantes cometidos de sus asociados consistía en contactar con personas bien situadas y relacionadas e incorporarlas a la firma, extendiendo así el peso y la influencia de ésta.
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En 1911, John D. Rockefeller adquirió un grueso paquete de participaciones de la Equitable Trust Company, convirtiéndose así en su accionista mayoritario. Nueve años después esa entidad financiera manejaba ya un volumen de depósitos superior a los 250 millones de dólares y se había situado en el octavo lugar del escalafón bancario estadounidense.

El siguiente paso tuvo lugar en 1930, cuando John Davison Junior ultimó la fusión de la Equitable Trust Company con el Chase National Bank, que pasó a convertirse de ese modo en el mayor banco del país.
No habían transcurrido aún tres años desde la fusión cuando el clan Rockefeller lograba situar a uno de sus miembros (Winthrop Aldrich) en la presidencia del Consejo de Administración de la entidad. El proceso de consolidación financiera culminaría finalmente en 1955, con la fusión del Chase National Bank y el Bank of the Manhattan Company, ligado al grupo Warburg, fusión de la que resultó el Chase Manhattan Bank, presidido desde 1969 por David Rockefeller, nieto del fundador de la dinastía y cabeza de la misma en la actualidad.
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Por lo que se refiere a la evolución del trust Rockefeller, pueden mencionarse dos simulacros jurídicos de impedimento a sus prácticas monopolísticas, que se saldaron, como no podía ser de otra forma, con sendos fiascos. Considerando cuál es la dinámica propia y connatural del sistema capitalista, esperar otra cosa habría sido absurdo.
El primero de tales intentos tuvo lugar en 1887, a raíz de una resolución adoptada por el Congreso (Inter State Commerce Act) en contra de los consorcios comerciales interestatales y de las rebajas discriminatorias practicadas por las compañías ferroviarias en favor de los grandes trusts. La Standard Oil, que vulneraba dichas disposiciones, fue emplazada ante los Tribunales y condenada en juicio a su disolución. Pero la sentencia no fue ejecutada.
Poco después, en 1889, el Estado de Ohio demandaba de nuevo a la Standard, apoyándose en una ley que prohibía toda asociación económica cuya red comercial se extendiese por varios Estados de la Unión. El fallo de los Tribunales volvió a ser condenatorio, conminando a los responsables de la Compañía a disolverla. Como respuesta, John D. Rockefeller, que en esa ocasión simuló acatar formalmente la resolución judicial, estableció con los administradores y fideicomisarios de sus empresas un "gentlemen agreement", es decir, un acuerdo tácito entre "hombres de honor" por medio del cual se mantuvo de facto la vinculación orgánica de todas las compañías del Trust. Todo siguió, por tanto, igual que antes.
Veinte años más tarde, tras un largo paréntesis de calma, se desencadenaba la segunda y última tentativa. Por aquellas fechas, el juzgado federal móvil de Missouri emprendía un proceso contra el trust Rockefeller bajo la acusación de complot contra el libre mercado, iniciándose así un dilatado proceso a lo largo del cual fueron acumulándose las resoluciones condenatorias y los consiguientes recursos. Finalmente la causa llegó a la Corte Suprema, que en marzo de 1911 decretó la desmembración de la Standard en 39 compañías diferentes, cada una de las cuales debería operar independientemente y en competencia con las demás. Aquello no fue más que un nuevo espejismo, ya que las participaciones de la Standard siguieron, lógicamente, en manos de los mismos accionistas, de tal modo que el único cambio que se produjo consistió en que el Trust dejó de operar con un solo nombre para hacerlo bajo varios distintos. Fue así como nacieron La Standard Oil of New Jersey, la Standard Oil of Ohio, la Standard Oil Company of New York (SOCONY), la Vacuum Oil, la Humble Company, etc.

Por su parte, John D. Rockefeller, que seguía siendo el accionista mayoritario, eludió cualquier sospecha de intentar reconstruir el consorcio creando una serie de fundaciones filantrópicas a las que transfirió buena parte de sus acciones. A título de muestra, sólo una de ellas, la Rockefeller Fundation, recibió cuatro millones de acciones de la Standard de New Jersey y dos millones de títulos de la Standard de Indiana. Un tema del que convendrá ocuparse a continuación, no sin antes consignar que el único resultado efectivo de aquella "desmembración" fue la espectacular subida experimentada por las acciones de la Standard en la bolsa neoyorquina, al punto que, en el breve plazo de cinco meses, el valor de las mismas aumentó en 200 millones de dólares, una cifra nada despreciable para la época. Poco después de aquel evento era elegido nuevo presidente de los Estados Unidos William Taft, quien manifestaría públicamente sus escasas simpatías por la legislación antitrust, calificándola de insensata e inoperante.
Por lo que se refiere a las Fundaciones filantrópicas, el primero que supo vislumbrar sus polifacéticas utilidades fue Andrew Carnegie, quien, por otra parte, era un decidido entusiasta del darwinismo social ; una contradicción que, a la luz de la realidad que se enmascara tras esas instituciones, no es más que aparente. Pero serían los Rockefeller quienes mejor partido iban a sacar a este valioso instrumento, que en sus manos se reveló como un recurso de efectividad inigualable. Y es que tales entidades no sólo sirvieron para convertir la animosidad social hacia el clan de los primeros momentos en creciente simpatía, derivada de su nuevo papel "benefactor", sino también como un útil de primer orden para burlar la reglamentación antitrust.
Con todo, no se agotan ahí los múltiples usos de las Fundaciones, toda vez que éstas se han mostrado también como un vehículo inmejorable de penetración e influencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Si nos ceñimos al terreno estrictamente económico, las prerrogativas que la legislación norteamericana concede a este tipo de instituciones hablan por sí mismas:
  • los fondos transferidos a una Fundación son deducibles en la declaración de la renta,
  • y todos los bienes que le son entregados están exentos de derechos sucesorios.
  • Por lo demás, las donaciones pueden ser efectuadas tanto por personas físicas como por cualquier tipo de sociedad, sea o no de carácter lucrativo.
  • Asimismo, las fundaciones están exentas a perpetuidad del pago de impuestos, lo que no impide que puedan poseer, comprar o vender todo tipo de bienes inmuebles y de valores mobiliarios, así como conceder préstamos a sus donantes.
Todo ello hace que los miembros de sus Consejos Directivos dispongan de una plataforma óptima para actuar en beneficio propio al amparo de los privilegios de que goza la Fundación.
En el ámbito político, las diversas Fundaciones del clan Rockefeller le rindieron igualmente un valioso servicio a éste. A través de ellas, y de otros eficaces instrumentos, como el Consejo de Relaciones Exteriores, el clan Rockefeller ha mantenido durante las últimas cinco décadas una considerable influencia en las altas esferas del poder político. De hecho, buena parte de los personajes que han determinado la política norteamericana a lo largo de ese período, estuvieron vinculados a las entidades del trust Rockefeller, cuando no procedían directamente de los órganos directivos de las mismas.
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No menos importante ha sido y es la presencia de las diversas Fundaciones Rockefeller en la vida social estadounidense, acerca de cuyo alcance tan solo podrán ofrecerse aquí algunas muestras, ya que la actividad de esa maquinaria fundacional se extiende por campos tan diversos como la demografía, la religión o la enseñanza académica, si bien su orientación ideológica es la misma en todos los casos.
Uno de los campos en el que la Fundación Rockefeller fue pionera es el del control de la natalidad, al punto que ya en 1934 comenzó a desarrollar su labor en ese terreno uno de los miembros del clan, John D. Rockefeller III, si bien los condicionantes mentales de la época no eran aún lo suficientemente propicios para tales planteamientos. Pero ese inicial inconveniente no habría de suponer un gran obstáculo. Todo era cuestión de tiempo y del adecuado despliegue propagandístico para que la mentalidad occidental fuera adaptándose a las necesidades del capitalismo moderno. A medida que el asunto se fue divulgando, el rechazo de los primeros momentos a las tesis anticonceptivas fue dando paso a una acogida más favorable, de tal modo que ya a finales de los cincuenta el control de la natalidad se había convertido en una de las prioridades de la política exterior norteamericana. Tanto es así que, en 1958, el Departamento de Estado adoptó como tesis oficial que el crecimiento demográfico constituía el mayor obstáculo para el desarrollo económico y social y para el mantenimiento de la estabilidad política en los países del Tercer Mundo. Una tesis que ha venido manteniéndose desde entonces, y mediante la cual se han soslayado sistemáticamente las razones de fondo de la postración tercermundista. No será ocioso significar quebuena parte del presupuesto dedicado por la Administración norteamericana al control de la natalidad en las regiones subdesarrolladas ha corrido tradicionalmente a cargo de las Fundaciones Ford y Rockefeller, cuyo proverbial altruismo se manifiesta igualmente en el ámbito occidental a través de sus aportaciones millonarias a la causa proabortista.
También en el terreno académico las inversiones del trust Rockefeller han sido cuantiosas. Figura entre sus principales logros la Universidad Rockefeller, cuyo antecedente embrionario fue el Instituto de Investigación Médica. Otro importante centro cultural financiado por las Fundaciones Rockefeller ha sido el complejo de Morningside Heights, una especie de emporio académico del que forman parte la Universidad de Columbia, el Teachers College, el Barnard College, la International House, la Iglesia Riverside, el Seminario de la Unión Teológica y el Seminario Teológico Hebreo.
También el ámbito religioso, por llamarlo de alguna manera, ha suscitado la atención de la filantropía rockefelleriana. El primer impulsor de semejante labor fue John D. Rockefeller junior, que ya a principios de los años treinta comenzó a significarse como el principal promotor financiero del protestantismo liberal. Título al que se hizo acreedor mediante sus cuantiosos aportaciones y su entrega personal a la causa promovida por instituciones como el Movimiento Mundial Interiglesias, el Consejo Federal de Iglesias y el Instituto de Investigaciones Sociales y Religiosas, cuyos postulados ideológicos se basaban en una especie de ecumenismo pseudorreligioso y en un cambio de las instituciones eclesiásticas al objeto de que éstas se incorporasen a las tesis ideológicas propugnadas por el capitalismo expansivo y progresista. Todo ello, naturalmente, sobre la base de la preponderancia internacional estadounidense, un concepto que estaba presente en la raíz misma del entramado filantrópico creado por el fundador de la dinastía.
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Con el discurrir del tiempo la orientación de los programas "religiosos" financiados por las Fundaciones Rockefeller ha corrido en paralelo con la de las más avanzadas corrientes pseudoespirituales modernas, cuyo trasfondo se sitúa en la línea de los postulados comentados en el párrafo anterior. A ello obedecen las ayudas financieras de dichas Fundaciones a numerosas sectas (Hare Krisna entre ellas) divulgadoras de un orientalismo burdo y adulterado a la medida del vacuo esnobismo occidental. Como militante de alto grado de la francmasonería, el actual cabecilla de la dinastía, David Rockefeller, patrocina también varias sociedades pseudoiniciáticas que se dicen representantes de la tradición perdida, como es el caso de la denominada AMORC (Antiquae et Misticae Ordo Rosae Crucis).
Con todo, las diversas Fundaciones Rockefeller no son sino un instrumento más, ciertamente importante, aunque no exclusivo, de la intervención del clan en la vida pública. Intervención que se ha venido articulando a través de otros conductos, como son ciertos organismos privados de crucial influencia política entre los que figuran el Consejo de Relaciones Exterioresla Comisión Trilateral y el Bilderberg Group, entidades, todas ellas, financiadas por los grandes oligopolios económicos, cuyos intereses representan.
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Téngase en cuenta, por otra parte, el hecho de que, desde hace largo tiempo, las campañas electorales de todos los candidatos políticos estadounidenses son costeadas con los fondos aportados por los magnates económicos de aquel país. Dada la magnitud de las cifras necesarias para afrontar dichas campañas, resulta claro que las posibilidades de cualquier candidato que no cuente con tales ayudas son totalmente nulas; y no hará falta decir que los dueños de la economía suelen saber muy bien en quién invierten.
Ya en la década de los cincuenta, fue uno de los candidatos a la Casa Blanca, Robert Taft, quien manifestó que "desde 1936, todos los candidatos republicanos a la presidencia de los Estados Unidos han sido nominados por el Chase Manhattan Bank". Aparentemente, el punto álgido de la intervención del clan en la vida pública iba a producirse durante los años en que Nelson Rockefeller se convirtió en uno de los principales protagonistas de la política norteamericana. Pero ese capítulo no debe considerarse sino como una anécdota circunstancial, ya que las oligarquías económicas han demostrado sobradamente su inclinación a ejercitar su dominio de forma indirecta y sin estridencias, sirviéndose para ello de sus correspondientes peones políticos. El caso de Nelson Rockefeller, pues, obedeció menos a los manejos hegemónicos de la plutocracia, mejor ejercitados por otros conductos, que al afán de notoriedad del personaje en cuestión.
La trayectoria de David Rockefeller, por el contrario, se sitúa en el extremo opuesto a la de su hermano Nelson, y responde bastante mejor a las coordenadas clásicas del poder plutocrático ejercido más allá y muy por encima de las contingencias políticas de cada momento. Un poder que, en el caso de David Rockefeller, ha venido basándose en una amplia red de influencias y relaciones sociales tejida a lo largo de decenios por las Fundaciones del Trust, así como en los puestos de primer rango detentados en organismos tales como la Round Table, el Consejo de Relaciones Exteriores, la Comisión Trilateral o el Bilderberg Group, sin contar la presidencia del Chase Manhattan Bank. Y no es en los estamentos políticos, sino en los organismos de ese tipo, donde reside el auténtico poder.
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Si, como en el primer caso, nos remontamos a los principios de la dinastía, podremos comprobar que, ya en la época de su fundador, la Standard Oil contó para su expansión exterior con la estrecha colaboración de las instituciones políticas estadounidenses. El propio John D. Rockefeller anotaría en su libro autobiográfico "Random Reminiscences" que "una de las entidades que más nos ha ayudado ha sido el Departamento de Estado", aunque se le olvidara añadir que, para hacer más grata esa ayuda, muchos de los embajadores y cónsules norteamericanos figuraban en la nómina de la Standard, percibiendo a cambio de sus servicios las oportunas compensaciones económicas.
Uno los capítulos más lucrativos de las actividades comerciales de la Standard en el exterior se sitúa en el ámbito de los conflictos bélicos. En la década de los veinte, la Standard de Nueva Jersey formó un consorcio con la corporación petroquímica alemana I.G. Farben. Las relaciones comerciales entre ambas compañías continuaron después de la subida de Hitler al poder, e incluso se prolongaron durante los primeros años de la guerra. Y es que los buenos negocios no entienden de otras desavenencias que no sean las económicas.
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Posteriormente, tanto la guerra del Vietnam, como la árabe-israelí de 1973, dieron lugar a numerosas denuncias acusando a los trusts petroleros (la EXON y la SOCONY de Rockefeller entre ellos) de lucrarse con la primera y, más aún, de promover la segunda con el propósito de provocar el alza de los precios del crudo. En tal sentido se manifestaron el rotativo Washington Observer y, muy especialmente, una documentada obra publicada en 1974 por C.Baker bajo el título "The Great Rockefeller Energy Hoax".
En los países sudamericanos, las actividades económicas del trust Rockefeller y de las restantes macrocompañías norteamericanas se beneficiarían de la política oficial diseñada por el Departamento de Estado para esa región, política basada en el principio de la prioridad de los intereses privados estadounidenses sobre cualquier consideración de carácter político.
Otro de los principios que han regido la política exterior de los Estado Unidos en el Tercer Mundo, y que sirvió de cobertura a la actuación de los grandes trusts, fue formulado precisamente por Nelson Rockefeller a comienzos de la década de los cincuenta, cuando señalara la importancia que tendrían en el futuro los recursos de los países tercermundistas, así como la necesidad de asegurarse su control. Tesis que, obviamente, serían adoptadas con puntualidad por el Departamento de Estado.
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lunes, 12 de enero de 2004

Los Conspiradores (I)

del Libro de Martín Lozano


EL EASTERN ESTABLISHMENT

En una de sus acepciones, el término establishment se traduce como un conjunto de personas unidas por un propósito u objetivo común. Más explícitamente, con la expresión Eastern Establishment se designa al entramado plutocrático del Big Banking y del Big Business que domina la vida económica, política y social de los Estados Unidos.
El origen de los grandes capitales estadounidenses se sitúa en la Guerra de Secesión de 1861-65, con la confrontación entre la economía comercial e industrial del Norte y el viejo modelo latifundista y agrícola del Sur.
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El balance de aquella guerra, tan trágico para muchos como rentable para unos pocos, ofrece por tal motivo dos caras bien distintas. En una de ellas aparecen sus 600.000 víctimas y las cuantiosas pérdidas materiales causadas por la contienda.Y en la otra figura el gran desarrollo industrial que el esfuerzo bélico proporcionó a la zona Norte, así como el espectacular enriquecimiento que de ello se derivó para los especuladores y los proveedores del ejército. La transformación económica operada por el conflicto permitió la acumulación de enormes fortunas y dio paso al ulterior proceso de concentración mercantil e industrial en beneficio de los grandes trusts económicos.
El curso iniciado con la guerra de Secesión, durante la cual se gestaron los primeros imperios económicos (Vanderbilt, Carnegie, Morgan, Rockefeller), daría paso a la concentración monopolística que comenzó a desarrollarse a partir de aquel evento. Desde entonces cada nueva contienda bélica supondría un reforzamiento de esa dinámica. Así, la guerra hispano-norteamericana de 1898 abrió el camino a los oligopolios azucareros. A ésta le seguiría la 1ª Guerra Mundial, que consolidó la concentración de la industria pesada y consagró el ascenso de otros dos imperios económicos: el de la dinastía Pont de Nemours, de Detroit (Unites States Rubber, General Motors, National Bank of Detroit), y el del clan financiero Mellon, de Pittsburg (Aluminium Co. of America, Westinghouse, Mellon Bank).
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De entre las grandes fortunas amasadas a partir de la guerra civil norteamericana, cuatro nombres sobresalen en especial: Cornelius Vanderbilt, Andrew Carnegie, John Pierpont Morgan y John Davison Rockefeller. El primer apellido prácticamente ha desaparecido del concierto plutocrático mundial y de las altas esferas de influencia política. Los dos últimos, por el contrario, se sitúan actualmente en su vértice más elevado. El hecho de que los Morgan y los Rockefeller ligaran el destino de sus grandes empresas a un potente complejo bancario habría de jugar, sin duda, un papel fundamental en su proyección futura.
Cornelius Vanderbilt era ya un próspero empresario en los comienzos de la guerra. También era, y con diferencia, el de más edad, 65 años, ya que el mayor de sus tres concurrentes no sobrepasaba la treintena. Las concepciones empresariales de Vanderbilt y su forma de gestionar los negocios estaban, por ello, más próximas a los viejos métodos que a las técnicas que demandaba el capitalismo avanzado. Tampoco en esto se asemejaba a los otros tres. Su imperio económico se articulaba en torno a varias compañías navieras subvencionadas por el Estado. Durante la guerra de Secesión, el "comodoro" Vanderbilt registró enormes beneficios proporcionando al Gobierno nordista la flota de guerra destinada a la toma de Nueva Orleans. Otro sector en el que desarrolló una notable actividad fue el del tendido ferroviario.
La escalada de Andrew Carnegie se fraguó a partir de su cargo como secretario del director de Transportes del Ministerio de la Guerra. Valiéndose de su ventajosa posición, este ambicioso inmigrante escocés montó una factoría de raíles a través de la cual suministraba al Departamento de Transportes todos los pedidos efectuados por éste. Los ingentes beneficios así obtenidos constituyeron la base de la futura Carnegie Steel Co.de New Jersey, uno de los más potentes complejos industriales estadounidenses hasta principios del siglo XX, en que pasaría a la órbita del grupo J.P.Morgan.
Pero vayamos ya con los dos grandes de aquel cuarteto. John Pierpont Morgan era hijo de un inmigrante inglés asociado a la banca británica Peabody&Co., cuyos negocios estaban estrechamente vinculados a los intereses nordistas. Su primera operación comercial, realizada precisamente a través de dicha entidad bancaria, consistió en suministrar cinco mil fusiles anticuados al ejército del Norte, embolsándose en la transacción la nada despreciable suma de 92.500 dólares, una fortuna por aquel entonces. Los sustanciosos beneficios obtenidos durante la guerra constituyeron el punto de partida de su futuro imperio económico. En 1901 fundó la United States Steel Corp., que con el tiempo se convertiría en uno de los mayores trusts acereros del mundo, y en 1903 creó, mediante la fusión de varias empresas navieras, otro gigante comercial, la International Mercantile Marine Co.. Tras su muerte, acaecida en 1913, fue su heredero, J.P.Morgan junior, quien consolidó el poderío del trust, dotándole de una potente institución financiera, la Banca Morgan and Co.
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La 2ª Guerra Mundial supuso para la casa Morgan una nueva oportunidad de incrementar su vasto imperio. Con motivo de dicha contienda, el gobierno norteamericano destinó 17.000 millones de dólares a la creación de modernas factorías para la fabricación de material bélico, ya que la demanda armamentista amenazaba con desbordar la capacidad productiva de la industria privada. Naturalmente, la mayor parte de esas nuevas instalaciones (un 80% aprox.) fueron puestas a disposición de las grandes compañías industriales, con todas las ventajas derivadas de ello, pero con la particularidad añadida de que, una vez finalizada la Gran Guerra, las factorías estatales, ya reconvertidas, pasaron a manos de los esos grandes trusts en virtud de una disposición de compra preferente ejecutada a precio de saldo. Uno de los mayores beneficiarios de aquellas transacciones fue el imperio Morgan, que a través de su macrocompañía United States Steel incorporó a su red comercial las imponentes acerías de Geneva (Utah).
Como ya se señalara, el centro neurálgico de este gigantesco trust es la Banca J.P. Morgan, que constituye el instrumento a través del cual se articula toda su red empresarial. No será preciso extenderse aquí sobre el decisivo papel desempeñado por las instituciones financieras como núcleo fundamental de los grandes complejos económicos . El hecho de que los más sobresalientes se articulen en torno a una poderosa banca no obedece precisamente a la casualidad, sino a razones tan sencillas como notorias, ya que los recursos financieros de que dispone un gran establecimiento bancario son inmensamente superiores a los del más acaudalado propietario. Como resulta evidente, el mecanismo operativo de las sociedades por acciones y de las instituciones bancarias no se basa en las fortunas personales de los plutócratas que las controlan, por cuantiosas que pudieran ser, sino en las gigantescas sumas aportadas por los millares de pequeños accionistas y depositantes de dichas entidades. El poder y la influencia de un magnate económico no se mide, pues, por el volumen de su patrimonio personal, sino en razón de los recursos que es capaz de movilizar y, lo que es más importante aún, por su emplazamiento en los centros decisorios de poder, esto es, en los organismos y cónclaves donde se decide el curso de los acontecimientos.Y éste es un asunto sobre el que conviene aclarar algunos conceptos.
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Esta mecánica, que constituye el denominador común de todos los círculos oligárquicos, se manifiesta de idéntica forma en el ámbito político, donde las rivalidades y los golpes bajos entre las diversas facciones que conforman el cotarro se convierten en sólida alianza desde el mismo instante en que algún elemento ajeno a la farsa pseudodemocrática pone en tela de juicio la validez del Sistema del que todas ellas son tributarias. Exactamente la misma línea seguida por los grandes medios de comunicación, otro de los pilares del Establishment y su más eficiente herramienta, pues no en vano el poder económico y el aparato mediático se encuentran en las mismas manos. De ahí que, más allá de sus sórdidas disputas de intereses y de su adscripción a banderías políticas diversas, todos los grandes medios compartan idénticos planteamientos en lo tocante a la validez incuestionable del Sistema vigente. Unos y otros, partidos políticos y medios de comunicación, no hacen sino interpretar con diferentes matices una misma partitura, y es en los centros de poder plutocrático donde se compone esa partitura y desde donde se dirige la orquesta.
Volviendo el tema central de este análisis, el otro gran protagonista empresarial de la escena decimonónica estadounidense fue John Davison Rockefeller, fundador de una dinastía financiera que, junto con la casa Morgan y el grupo bancario Warburg-Lehman-Kuhn&Loeb, constituyó el triunvirato plutocrático sobre el que habría de cimentarse el Eastern Establishment. Por el momento, y a la espera del análisis más detallado que se dedicará al clan Rockefeller en el próximo epígrafe, bastará con adelantar aquí que su imperio económico, gestado también durante los años de la guerra de Secesión, se articuló en sus inicios en torno a una gran empresa, la Standard Oil, afianzándose posteriormente sobre la base de una poderosa institución financiera, el Chase Manhattan Bank.
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Carroll Quigley sitúa la génesis del sistema financiero occidental en el vuelco de las relaciones de poder producido por las revoluciones capitalistas o burguesas. Como consecuencia de la instauración del sistema capitalista como modelo, el poder efectivo pasó de las instituciones aristocráticas defenestradas a las oligarquías burguesas, plenamente conscientes de que, una vez implantado dicho modelo, el dinero habría de erigirse en el factor determinante del acontecer moderno.
Seguidamente, Quigley describe el proceso a través del cual las grandes dinastías bancarias (Rothschild, Baring, Lazard, Warburg, Schiff, Seligman, Malet, Erlanger etc.) conformaron un sistema de alianzas financieras de alcance internacional. El procedimiento seguido desde el primer tercio del siglo XIX consistió en incorporar a su órbita de dominio un creciente número de bancos provinciales, sociedades aseguradoras y complejos industriales, para desarrollar a continuación, y a nivel internacional, un mecanismo de control del dinero y de su circulación. De esta forma, tanto la economía en desarrollo como las altas esferas políticas entraron en una situación de absoluta dependencia.
Durante el apogeo del imperialismo inglés, el centro operativo desde donde actuó la alta finanza internacional fue el Banco de Inglaterra, el más eficiente de sus instrumentos de dominio por entonces. Posteriormente, con el declive del Imperio Británico y la transferencia de su papel hegemónico a los Estados Unidos, el principal núcleo operativo pasó a ser la Reserva Federal o Banco Central estadounidense, como veremos más adelante.
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En los Estados Unidos, la configuración del Eastern Establishment se desarrolló siguiendo los mismos cauces, y transcurrió de la mano de los dos grandes de la economía norteamericana, Morgan y Rockefeller, a quienes se sumaría en las postrimerías del siglo XIX otro poderoso grupo financiero del que en breve se hablará.
 /... Quigley:
"La estructura de los controles financieros que crearon los magnates del Big Banking y del Big Business en el período 1880-1933 era de una extraordinaria complejidad. Una empresa feudo era erigida sobre otra, ambas eran ligadas con firmas semi-independientes, y el todo creció hasta formar dos cimas de poder económico y financiero, de las cuales, una, con centro en Nueva York, era comandada por J.P. Morgan, y la otra, en Ohio, por la familia Rockefeller. Cuando ambas trabajaban en común, como por lo general hacían, podían influenciar la vida económica del país en alto grado, y casi controlar su vida política, al menos a nivel federal"
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Finalmente, el tercer bloque financiero que, junto con los trusts Morgan y Rockefeller, compuso la cima del poder plutocrático en los albores del Eastern Establishment, fue el grupo Warburg-Lehman-Kuhn&Loeb. Este potente complejo bancario se había configurado a través de las alianzas familiares de varios financieros judío-alemanes que, en las últimas décadas del siglo XIX., se instalaron en territorio estadounidense.
Entre los forjadores de dicho imperio económico, muchos de los cuales ya salieron a relucir en páginas anteriores, figuran los nombres de Jacob Schiff, máximo dirigente de la banca Kuhn&Loeb hasta su fallecimiento en 1920, Isaac Seligman, cuya firma bancaria ligó sus intereses a la casa Kuhn&Loeb tras su matrimonio con la segunda hija de Loeb, Felix Warburg, casado, a su vez, con una hija de Schiff, lo que estrechó los vínculos entre la banca Warburg y la firma Kuhn&Loeb, Herbert Lehman, presidente de la banca Lehman Brothers, antiguo gobernador de Arkansas y vicepresidente honorario del American Jewish Committee, y por último, Lewis LStrauss, consejero de la familia Rockefeller, asociado de la firma Kuhn&Loeb, almirante de la armada estadounidense durante la 2ª Guerra Mundial y, posteriormente, presidente de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos.
Este complejo bancario ha sido tradicionalmente el alma mater del American Jewish Committee, así como de la Organización Sionista Americana y de la United Jewish Appeal, organismos a través de los cuales se han canalizado los fondos para el patrocinio de la causa sionista y los empréstitos de la Administración norteamericana al Estado de Israel.
Entre los diversos instrumentos articulados por la plutocracia del Eastern Establishment para dominar la vida pública estadounidense merecen destacarse dos: el Council on Foreign Relations, o Consejo de Relaciones Exteriores, y la Reserva Federal. Del primero, que es un club oligárquico de carácter privado, han salido a lo largo de los últimos setenta años la práctica totalidad de los altos cargos políticos de la Administración norteamericana, con independencia de cuál haya sido el partido político gobernante en cada momento. Más adelante se dedicará a esta poderosa entidad la atención que indudablemente merece. Por lo que se refiere a la Reserva Federal, esto es, al Banco Central estadounidense, se trata de una institución de importancia crucial que, en contra de lo que pudiera suponerse a tenor de su carácter público, está gestionada y dirigida por la Alta Finanza privada.
La creación de este organismo se gestó durante una reunión restringida convocada al efecto porNelson Aldrich (abuelo de Nelson Rockefeller) el 22 de noviembre de 1910 en Jekyl Island (Georgia), y en la que participaron :
  • Benjamín Strong, en representación del Bankers Trust Company, adscrito a la órbita de la casa Morgan,
  • Henry Davison, alto ejecutivo igualmente de J.P.Morgan,
  • Frank Vanderlip, presidente del National City Bank, de Rockefeller,
  • Paul Warburg, director de la Banca Warburg, y
  • Piatt Andrew, secretario de Hacienda estadounidense. En dicha reunión se redactaron los informes que poco después recogería con puntualidad el Decreto del Federal Board System, refrendado oficialmente el 20 de diciembre de 1913.
En virtud de aquella disposición legal, que establecía el sistema de la Reserva Federal vigente desde entoncesel Estado otorgó a un grupo bancario privado la facultad de acuñar moneda y el derecho exclusivo a la emisión de billetes, o dicho de otro modo, el control absoluto de la circulación monetaria en todo el país. Desde que dicho sistema fuera adoptado, el gobierno estadounidense se limita a emitir bonos estatales, que son respaldados por la Reserva Federal gestionada por la banca privada. Como consecuencia de ello, la banca privada titular del Board System percibe anualmente en concepto de intereses miles de millones de dólares, que son pagados, naturalmente, por el contribuyente norteamericano.
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Efectivamente, desde que ese sistema fuera implantado de forma generalizada, los gobernadores de los Bancos Centrales se reúnen con periodicidad, aunque por encima de los encuentros de quienes a la postre no son sino meros subalternos del Gran Capital, se sitúan los contactos entre los financieros rectores del Establishment mundial, que, en palabras de Quigley:"conforman un sistema de dominación nacional y de cooperación internacional más potente y más discreto que el de los agentes de los Bancos Centrales".
El elemento sobre el que habría de basarse este proceso, iniciado en el siglo XVIII, no fue otro que el papel moneda o billete bancario, cuya emisión y control circulatorio fueron pronto prerrogativas exclusivas de los Bancos Centrales, gestionados y dominados por la banca privada. Las ventajas que para la Alta Finanza supondría la instauración de un sistema económico basado en la moneda fiduciaria, aparecen reflejadas sin tapujos en una carta enviada por los Rothschild de Londres a un banquero neoyorquino el 25 de junio de 1863. Dicha carta, recogida en el documento nº 23 del National Economy and the Banking System of the United States, dice así: "Las escasas personas que puedan comprender el sistema -cheques y créditos- mostrarán tanto interés por sus beneficios o dependerán en tal manera de sus ventajas que no se debe esperar de ellas ninguna oposición, mientras que, de otro lado, la gran masa de público, mentalmente incapaz de comprender las enormes ventajas que el capital saca de ese sistema, soportará los costes sin oponerse e, incluso, sin sospechar siquiera que ese sistema es contrario a sus intereses".
El modelo de los Bancos centrales fue adoptado en los principales países europeos a lo largo del siglo XIX, con la única excepción sobresaliente de la Rusia zarista. Por lo que a los Estados Unidos se refiere, uno de los más solventes especialistas en esta materia, Gustavus Myers, describió en su obra "History of the Great American Fortunes" el modo en que varios banqueros europeos, y muy especialmente los Rothschild, ejercieron su poderosa influencia para la adopción de las leyes financieras norteamericanas. Los archivos legislativos, señala Myers, muestran claramente el poder de los Rothschild en la antigua Banca de los Estados Unidos, suprimida por el presidente Jackson en 1836.
Sin embargo, el financiamiento de de la guerra de Secesión ( la guerra es uno de los elementos clave sobre los que ha pivotado el progresivo endeudamiento de los Estados modernos) empujó al presidente Lincoln a recurrir a los grandes bancos internacionales, que en 1863 le impusieron la adopción de la National Bank Act, en virtud de la cual dichas entidades compraban los bonos emitidos por el Estado para sufragar los gastos de guerra, con los correspondientes intereses en su favor, obteniendo como contrapartida la facultad de emitir billetes bancarios sin interés; es decir, beneficios a dos bandas para la Alta finanza. Ése sería el régimen bancario vigente en los Estados Unidos hasta que fuera adoptado el Federal Board System, que no hizo sino completar el modelo anterior y garantizar todavía mejor los intereses de sus beneficiarios.
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Ese mismo sistema sería posteriormente adoptado como modelo inspirador del Fondo Monetario Internacional, a través del cual la Alta Finanza privada ejercita sus mecanismos de control del dinero y del crédito a nivel mundial. Y es también el que sirve de marco al Banco Mundial, otra institución financiera gestionada por la banca privada, aunque sus fondos procedan de las aportaciones de los Estados, es decir, de los ciudadanos. Una institución cuyas concesiones crediticias a los países tercermundistas van invariablemente acompañadas de las directrices económico-políticas que deben seguir. Ambas entidades fueron creadas en el curso de la Conferencia de Bretton Woods (julio 1944), un foro promovido y auspiciado por el Grupo Económico y Financiero del Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense.